Durante los años 90 y la primera década de este siglo asistimos al despertar y al rápido ascenso de varias economías asiáticas y, especialmente, la china. Asia y el Pacífico –según razonan muchos expertos- es donde gravitará el centro económico mundial, y China ejercerá –ya lo hace- de maestra de ceremonias.
La evolución de China ha sido fulgurante y fruto de ello ha pasado de ser “la fábrica del mundo” a principios de siglo –cuando la principal tarea de un departamento de exportación chino era recibir compradores y enviar correos, sin necesidad de salir al extranjero a vender- a convertirse en un poder económico con capacidad de generar líderes mundiales y definir el futuro de sectores completos de la economía mundial.
China ha levantado el vuelo como potencia mundial y, como tal, desde hace algún tiempo ha dejado patente que dispone de una estrategia de desarrollo y una visión del futuro propias.
Más allá de la mera manufactura y el comercio, en 2005 el país comenzó a invertir tímidamente en el exterior, principalmente, en recursos naturales. Coincidiendo con la crisis que sacudió al mundo, pero especialmente a Occidente, sus empresarios desataron una cadena de compras en empresas occidentales con el fin de ampliar conocimientos de cómo funciona el mundo y adquirir know-how útil para competir en su mercado interno.
Acercamiento al mundo
Este brevísimo e incompleto resumen del pasado reciente nos deja en la década actual, en la que por fin se comienzan a hacer inteligibles para el común occidental las directrices estratégicas del gobierno chino para su acercamiento al mundo. Para lo que nos ocupa en este artículo –y en Aragón- una de las líneas de estrategia internacional más llamativas es la trazada en el proyecto “One Belt, One Road” o “Nueva Ruta de la Seda”.
Aunque es un proyecto complejo del que el tiempo dirá hasta qué punto resulta exitoso, la “Nueva Ruta de la Seda” se puede resumir como el intento de ganar influencia en el comercio mediante el desarrollo de rutas logísticas e infraestructuras energéticas y de transporte en el continente eurasiático en particular y el mundo en general. Se trata de adecuar su peso e influencia internacional al peso real de su economía, a la vez que se tienden nuevas vías para el comercio que se espera sean bidireccionales, acercando por tierra, aire y mar ambos extremos de Eurasia y acortando las distancias de ambos con mercados de difícil acceso en Asia Central. El proyecto debería dar sus frutos definitivos a mediados de siglo –como se observa, es un proyecto a largo plazo-, y podría resultar provechoso tanto para China como para los países asiáticos y europeos que sepan sacar provecho de esas redes y sepan aceptar el reto –ineludible, a mi entender- para convertirlo en una oportunidad.
Muy bien, pero… ¿qué tiene que ver Aragón con todo esto?
Bueno, en los últimos años he tenido la oportunidad de participar en algunos foros relacionados con la “Nueva Ruta de la Seda”, especialmente, relacionados con el sub-proyecto que toca más de cerca a España: el tren “yixinou” que une Yiwu (China) y Madrid. Más allá de la situación actual del proyecto, en el que todavía quedan algunos cabos por atar, está claro que es una iniciativa que puede acercar a China y Asia, favoreciendo el acceso a mercados remotos para determinados productos.
Independientemente del éxito futuro del tren, lo que está claro es que las empresas chinas están alargando sus redes de distribución para acercarse más al cliente y ganar mejor acceso a los mercados. Ya hay países como Alemania o Polonia que están atrayendo altas inversiones chinas en logística inland, por su situación estratégica de cercanía a mercados de centro y norte de Europa.
Acoger procesos productivos
Aunque en un primer estadio evolutivo es normal que la logística pura y dura lleve el peso de la actividad entorno a las nuevas rutas de ferrocarril transcontinentales, es razonable pensar que los polos logísticos a lo largo de la ruta transcontinental (como Terespol, en Polonia, o Duisburg, en Alemania) acojan paulatinamente la localización de determinados procesos (productivos, de ensamblaje y actividad comercial derivadas) deslocalizados desde las matrices de empresas chinas y asiáticas.
Obviamente, se trata de procesos con resultados inciertos y un horizonte en el largo plazo. No obstante, creo que Aragón reúne las condiciones para postularse como un socio estratégico en el sur de Europa, ya que reúne los principales atractivos necesarios para unirse a las redes del futuro.
Los mayores atractivos de Aragón para la inversión asiática son, desde mi punto de vista: su localización estratégica respecto a los principales núcleos de demanda y producción española; su cercanía a otros mercados del sur de Europa; su buen sustrato socioeconómico y cultural (no olvidemos que la calidad de vida influye en las decisiones de inversión de directivos expatriados) y sus excelentes infraestructuras intermodales.
De cara a las empresas asiáticas, es interesante saber que el Aeropuerto de Zaragoza dispone de vuelos regulares directos de carga a los principales mercados asiáticos; que la TMZ es el puerto seco del Puerto de Barcelona; que la conexión por AVE con Madrid y Barcelona las acerca a poco más de una hora; que la red de carreteras de Aragón está en buena salud y que Zaragoza es cuna y base de un gran número de empresas de transporte. Además, Aragón dispone de servicios aduaneros de gran calidad y alta implicación con el desarrollo de la región, y cuenta con parques logísticos-industriales de última generación.
Además, la relación de costes de implantación es más que razonable en general y la implicación de estamentos públicos y privados para facilitar la llegada de nuevas empresas es muy alta si se compara con otras regiones.
No todo es maravilloso, sin embargo, y probablemente deberíamos añadir varios ingredientes más al cóctel para hacer de Aragón un destino prioritario para empresas asiáticas. El principal problema es que no contamos todavía con algún gran caso de éxito asiático del calibre de Zara, Opel, Decathlon, etc. Sería fabuloso conseguir que alguna gran empresa de comercio online, bienes de consumo, electrónica, o sectores con marcas reconocidas se asentará en Aragón, haciendo de punta de lanza para otras empresas.
Además, no disponemos de una “Marca Aragón” tan reconocida como pueden tener grandes ciudades como Madrid o Barcelona, pero su centralidad respecto a ambas, Bilbao y Valencia, puede resultar un argumento atractivo.
La captación activa de inversión es una tarea compleja que se apoya en el impulso público, pero también en el boca a boca y la labor proselitista de empresarios y aragoneses viajeros en general. Los recursos económicos y la labor de relaciones públicas internacionales sin duda ayudan y cuantos más recursos se destinen, dentro del sentido común, más se logrará. Pero si el mensaje es puesto en común y amplificado por todos se puede conseguir más. Todo pasa por creernos que Aragón es la región que realmente es –y no menos- y compartirlo. Vamos, sabernos vender de puertas afuera.
Otro aspecto en el que se puede profundizar es en la “aragonización” de asiáticos a través de la formación y el turismo que, al volver a casa, “prediquen” las bondades de la región.
Sin duda se me escapan algunos ingredientes más, pero realmente creo que Aragón puede tener un excelente futuro, antes o después, como destino de inversión asiática, tal como está teniendo en las últimas décadas con inversión occidental.
Rafael Llopis
Delegado de Aragón Exterior en China desde 2008